¿Has oído hablar alguna vez de los búlgaros de leche? Sea cual sea la respuesta seguro que te es más familiar el nombre de kéfir. Esa especie de yogur que vemos en la estantería del supermercado y que, si lo has probado, quizás no te haya agradado demasiado. Sin embargo, sus propiedades para nuestro organismo brillan por sí solas. El kéfir es un alimento probiótico, y por tanto, contribuye de forma significativa a la salud de nuestro sistema digestivo. Este maravilloso producto lácteo es el resultado de la fermentación de leche entera producida por los búlgaros de leche.
¿Qué son los búlgaros de leche?
Físicamente son pequeños granos de color blanco o medio amarillento. Son similares a granos de arroz cocidos o coliflores en miniatura tal y como podemos ver en la fotografía. Biológicamente se trata de la unión simbiótica de bacterias y levaduras ¿Y para qué se utilizan? Pues principalmente para hacer kéfir.
¿Cómo se hace el kéfir?
Conservamos el producto en un recipiente de plástico o vidrio. Nunca metal. Los cubrimos con un trapito o algo que deje escapar los gases producidos por la fermentación. Llenamos el recipiente de leche entera fresca. Evitamos que les de la luz solar y los dejamos reposar en un lugar fresco a temperatura ambiente. Cada 24 horas aproximadamente colamos la leche para separar los búlgaros de ella. El líquido resultante (ya separado de los búlgaros) es el kéfir, suele quedar más líquido que el yogur. Finalmente, se lavan y se reutilizan. Se deben lavar, mínimo, una vez a la semana.
Como vemos, es bastante fácil de hacer. Además, es una gran opción para aquellos intolerantes a la lactosa. Esta colonia de bacterias absorbe el azúcar y el 99% de la lactosa de la leche. Entre sus múltiples beneficios encontramos sus propiedades antiinflamatorias, el fortalecimiento del sistema inmunológico, el aporte de minerales como el fósforo o el magnesio, etc. ¿A qué esperas para probarlos?
