Tras conocerse la última reacción del gobierno español respecto al etiquetado de Nutriscore que no trata como debería al aceite de oliva, reliquia gastronómica nacional, sigue alimentándose el debate entre el uso o no de un sistema que no convence. Al menos en algunos casos de productos saludables o que gozan de cierto prestigio gastronómico pero son calificados negativamente según el algoritmo actual. Al final, lo que provoca este «semáforo» para alimentos procesados y envasados es el efecto contrario al que busca. ¿Estamos ante un fracaso con su implementación en Europa o tiene margen de mejora?
El caso del aceite alumbra sus carencias
En primer lugar, te recordamos que este método de clasificación de alimentos según su calidad nutricional es voluntario en Europa. Todavía ningún país ni productor está obligado a implantarlo en la parte delantera de los envases que se comercializan, aunque algunos países ya lo llevan usando desde que surgió en el 2018. ¿Cuál se supone que es su objetivo? Informar de una forma clara y sencilla al consumidor de las propiedades nutricionales de un producto, mediante un simple vistazo a la hora de comprarlo.
Pero la polémica siempre ha acompañado a esta novedad que solo es un primer paso de cara a popularizar un etiquetado común y obligatorio en la Unión Europea de cara a 2022. Ahora bien, por esos aspectos negativos que tiene, está claro que aún queda camino por recorrer porque no debe confundir al público. Si un producto tan saludable como el aceite de oliva español es equiparado, en la atribución de la letra «C», con el aceite de colza, apaga y vámonos.
El Ministerio de Consumo, liderado actualmente por Alberto Garzón, ya ha mostrado su descontento por esta clasificación en el etiquetado de Nutriscore, cuyo algoritmo debe mejorar para evitar esas meteduras de pata. Porque, de momento, mientras esa perfección no llegue al sistema europeo, el ministro quiere dejar fuera de él a nuestro apreciado aceite. Todo sea por evitar que un consumidor identifique erróneamente el «oro líquido» español, un ingrediente básico de la dieta mediterránea.
Otro ejemplo: el jamón ibérico
Esas carencias notables también afectan a otros productos como el jamón ibérico, que por su contenido de grasa está clasificado de forma negativa. ¿Pero qué pasa entonces con sus otras excelentes aportaciones nutricionales como las proteínas? ¿Y cómo repercute este aspecto del etiquetado Nutriscore en el prestigio internacional de nuestros jamones? Desde la asociación de criadores del cerdo ibérico Aeceriber ya han mostrado su preocupación por que este método le otorgue el color rojo (o letra E) a una carne considerada saludable.
Piden que este tipo de productos no queden penalizados por tener cierto nivel de grasa e incluso que si gozan de amparo con Denominación de Origen, no se incluyan en ese etiquetado. Esto, por supuesto, una vez sea obligatorio en Europa. De momento, hay tiempo para estudiar y valorar este tipo de casos o ejemplos. Veremos qué sucede finalmente pero lo más sorprendente es que en otros alimentos se dan clasificaciones sinsentido.
Del yogur a la Coca-Cola Zero
¿Cómo es posible que a un yogur Griego natural le sea otorgada una letra C y uno igual pero edulcorado reciba la letra A? ¿Por qué el primero que es más saludable se considera de calidad nutricional intermedia mientras que el segundo, con aditivos artificiales, se presenta como más sano? Este es otro ejemplo más de que el método para etiquetar así los alimentos procesados y envasados falla bastante. Un consumidor que solo se fije rápidamente en este aspecto al escoger en el supermercado estará cayendo en la equivocación.
Algo que, de igual forma, asombra en el caso de refrescos como la Coca-Cola Zero, que está clasificada con una letra B, de buena calidad nutricional, cuando realmente no es así. Otros productos que se ven muy perjudicados en este mismo sentido son algunas conservas de pescado, las cuales reciben una calificación de mala calidad nutricional (con la D). ¿Cuáles podrían ser las razones de esto?
Limitaciones del algoritmo
Pues nada más ni nada menos que las limitaciones que tiene el algoritmo que utiliza Nutri-Score. En primer lugar, no diferencia entre grasas buenas y malas; luego, tampoco analiza el grado de procesamiento de los alimentos; y por último, solo permite comparar productos que estén dentro de una misma categoría.
En definitiva, con este etiquetado Nutriscore está claro que así no pueden presentarse los alimentos saludables al público. Desvirtúa su calidad real en el famoso «semáforo» de la discordia que necesita mejorar bastante para que sea obligatorio los próximos años.